Una_dosis_de_frivolidad
Lo Que Soy

Una dosis de frivolidad

Estoy convencida de que cuando pase la pandemia viviremos unos nuevos felices años veinte. Hedonistas, creativos, despreocupados. Solo espero que no acaben como los del siglo pasado con el advenimiento del fascismo. Pero ese es otro tema. Me parece que en estos tiempos raros a todos se nos ha puesto el gesto serio y solemne. Hemos asumido, en mayor o menor medida, nuestro puesto como miembros de la policía del karma y no dudamos en juzgar y denunciar si es preciso a todos los que no cumplen como es debido con nuestra responsabilidad ciudadana de ser buenos y obedientes. Señalamos con el dedo a quienes no llevan mascarilla o no se la han ajustado bien, nos escandalizamos y denunciamos a los ignorantes que promueven absurdas teorías conspiranoicas, llamamos a la policía si oímos risas sospechosas en casa del vecino, no vaya a ser que al desgraciado se le haya ocurrido organizar una fiesta ilegal y nos haya invitado. Como siempre, corremos el riesgo de ver la paja en el ojo ajeno. Voy al parque y me indigno ante los irresponsables padres que dejan que sus hijos se suban a los columpios precintados mientras mi hija juega con cuatro amigos a unos metros y yo me tomo una cerveza de lata sentada en un banco con un par de amigos condenando a todos los jóvenes insolidarios que se van de botellón.

En este ambiente generalizado de superioridad moral en que nos movemos, no es de extrañar que incluso el mundo del arte haya sucumbido a adoptar también esos gestos solemnes. Acogí con gusto, casi con entusiasmo, el lanzamiento del single La nueva normalidad de Los Planetas. Era irónico, fresco. Pero escucho los dos últimos singles —titulados de forma autoexplicativa: El negacionista y El Rey de España— y quiero echar a correr. Pero si hay algo que me hace perder la fe en la humanidad es escuchar a Bunbury cantar “te sobra mes a final del sueldo” (sí, Enrique, como a ti, gracias por tu comprensión). Intento escuchar el Curso de levitación intensivo y a mí me entra de todo menos ganas de levitar. Dónde están el amor desgarrado, la angustia existencial, el dolor de estar vivo. Dónde están, Enrique. Lo peor del disco para mí es que no tiene ni una pizquita de ironía, aunque me duela decirlo le falta inteligencia. Cuando quiero escuchar canción denuncia escucho a Nacho Vegas. Él sí que sabe darle su puntito de sal a este mundo de mierda (amigos míos, ámenme, soy un liberal), pero tú no, Enrique, lo tuyo es otra cosa. Haz lo que mejor sabes. Por favor.

Hace unas semanas salió la noticia de que este 2021 van a lanzar una secuela de Sexo en Nueva York, con el elenco original (excepto Kim Cattrall, a.k.a. Samantha Jones). Leí la noticia y no pude evitar pensar, consumida por mi propia pátina de solemnidad, que no era el momento, que no veía cómo podrían enfocar la nueva serie sin que resultase insultante a los ojos de la espectadora del 2021, porque ver a unas tipas pasearse con modelitos estilosísimos, en vez de hacer videollamadas en pijama, o charlar sobre tíos en restaurantes en los que el cubierto vale más que mi alquiler, no parece el tono adecuado para estos nuestros tiempos.

Me viene a la cabeza la historia de la serie Gossip Girl, un delirio de pijerío y guiones oligofrénicos que disfruté durante años (guilty pleasure, anyone?), y que acabó precipitadamente cuando la rampante crisis económica de 2008 hizo que a la audiencia empezara a o no parecerle tan divertido ver las majaderías de la Manhattan’s elite.

Puede que Carrie Bradshaw debiera empezar la serie yendo a un banco de alimentos porque su trabajo de escritora y periodista precaria no le da ni para comprarse una chuches. Eso sería realismo social. Pero qué queréis que os diga, a lo mejor lo que necesitamos es el delirio, la fantasía, los tacones imposibles, los insensatos que se besan y se achuchan en clubes abarrotados sin distancia ni mascarilla. A lo mejor —y digo solo a lo mejor— lo que necesitamos precisamente es una buena dosis de frivolidad.