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Lo Que Soy

Un paseo por el parque

Los niños se agolpan alrededor de la niña más alta. Supongo que es la mayor. Debe de tener unos ocho años. Es rubia y lleva dos abultadas coletas de pelo rizado. Sostiene en alto un gran recipiente translúcido lleno de agua negruzca. Es el agua que acaba de recoger del pequeño lago que hay en el parque del río que pasa sucio y casi seco por mi pequeña ciudad. Está rebosante de renacuajos. Todos los niños la observan curiosos, revolotean, intentan acercarse, coger el recipiente. Se ha erigido como heroína, quizás contra su voluntad, —aunque, por otra parte, a quién no le agrada que lo admiren— por poseer el cubo mágico que pesca renacuajos. Se oye a las ranas croar por todo el estanque. Esa la he soltado yo, dice la niña alta, como si por alguna habilidad mística fuera capaz de diferenciar los cantos de rana. Creo que las ranas deben estar escondidas entre los juncos, les digo a los niños, señalando hacia mi derecha, donde se aprecia una rala selva de maleza acuática. Todos los niños en tropel se acercan hasta allí, se agachan, casi se agazapan, imitan a la líder, pasean la mirada de hoja en hoja, de rama en rama, de roca en roca, en busca de una rana a la que acechar y atrapar. Yo me mantengo detrás del grupo, no quiero interferir en lo que hacen, no quiero que la presencia de la adulta les prive del placer de salvajear como animales sin que nadie les diga nada. Mi hija le pregunta a la niña alta por qué lleva una zapatilla de cada color; esta le responde que porque le gusta, con pasmo ante la pregunta, sorprendida por que no resulte del todo evidente la razón que la llevó a salir así de casa. Por fin una rana se pone a tiro. Es pequeña, cabría de sobra en la palma de mi mano. Ha tomado la mala decisión de posarse sobre una piedra blanca, plana, a un brazo de distancia de los niños, en el preciso lugar al que la niña de las coletas puede alcanzar y atraparla con su cubo. Los niños contienen la respiración, yo con ellos. Un movimiento rápido y ya está, cazada, su vida a merced de un puñado de niños con más curiosidad que escrúpulos. La niña alta la sostiene entre las manos. La rana mueve las patas traseras con desesperación para deshacerse de su particular abrazo del oso. La rana se desliza entre sus dedos, lucha. Su resbaladiza piel es ahora su mejor arma, se retuerce, se escurre, logra zafarse de su opresora. Por un momento siento la alegría de la rana. ¿Sienten las ranas alegría? El corazón se me encoge un poco. David ha vencido a Goliat y eso siempre merece celebración. Pero poco dura la ilusión de libertad, tras el salto, la rana vuelve a caer dentro del cubo que, astutamente, la niña alta mantenía debajo de su mano. Un niño saca la rana y la acaricia, la estruja, la estudia, sonríe orgulloso, se la pasa de mano en mano, disfrutando de su momento. Otros niños se empiezan a animar a tocarla. Pronto hay decenas de dedos recorriendo el cuerpo de la rana. Viscoso. Me pregunto si para la rana será un momento de máximo placer o si estará aterrada. Decido que ambas cosas a la vez, el placer siempre da algo de vértigo. Los niños no cesan, no se cansan, zarandean a la rana. Ahora siento con claridad lo que siente la rana. Sí, se puede sentir como las ranas. La rana está ansiosa. Necesita zafarse de ese agarre incómodo de una vez. La rana se siente oprimida. El corazón de la rana se le va a salir del pecho. La rana teme por su vida. La rana siente que muere. La rana le está pidiendo al dios de las ranas y los renacuajos que le haga crecer colmillos para hincarlos con saña en los dedos que la pellizcan. La rana siente ganas de matar. La rana soy yo. La rana implora. Estoy llorando. Pido —suplico— a los niños que la dejen ir ya. Hago valer mi condición de adulta, los miro severa. Los niños entienden. La niña alta vuelve a soltar la rana sobre la piedra blanca plana. La rana está inmóvil. Un segundo. Dos. Se apoya con fuerza en las patas traseras y, pam, da el salto. Se ha atrevido al fin a dar el salto. Se sumerge y se pierde en el agua fangosa. No sé lo que sienten las ranas, pero sé lo que siente la rana. La rana soy yo. La rana siente alivio. Suspira. Suspiro.