Soy torpe
Tengo dos años. Estoy en casa de mi abuela, en el piso de abajo, ella en el de arriba. Me ha dejado sola un segundo en el patio. Tiene que subir a coger algo en el piso de arriba. Oye un grito. Soy yo. Subo las empinadas escaleras con la cara cubierta de sangre y el terror detrás de mis ojos se traslada de un salto detrás de los de mi abuela. Me he caído y me he dado justo en el único sitio en el que me podía hacer daño, la pata oxidada del balancín, contra el que fue a aterrizar mi frente, mi entrecejo. Conservo una cicatriz que me cruza la nariz por la parte superior. ¿Las gafas te han dejado marca?, me preguntan. No, es una cicatriz, aclaro. He perdido la cuenta de las veces que he dicho esto a lo largo de mi vida.
Tengo cuatro años. Me meten en una sala estrecha alicatada de blanco. Un enfermero lleva mi camilla. Mis padres se sujetan las manos, sentados en un minúsculo banco a mi izquierda. Se esfuerzan por sonreír, pero huelo su miedo, lo aspiro y se asienta en la base de mi vientre. Quiero gritar, quiero huir. Me quedo quieta. El anestesista entra con su traje verde, lleva la mano derecha escondida tras la espalda. Me habla, pero yo no escucho lo que me dice, solo puedo mirar el brazo que me oculta. Cuando termina su charla, extiende el brazo y deja a la vista la jeringuilla más grande que había visto y que volveré a ver en mi vida. Ya no recuerdo nada más. Todo se vuelve negro.
Escribo porque desconfío de mi cuerpo.
No me gustan los niños
Tengo cinco, siete, diez años. Mis padres quedan con un grupo de amigos y sus hijos. Tan pronto llegamos los niños se dispersan en grupos, se van a correr, a trepar, a ser niños. Yo me quedo junto a los adultos, me siento cerca de ellos. Todos piden cervezas, martinis o whiskies; mi madre pide un Bitter Kas y me parece la mujer más aburrida del mundo. Yo también me pido un Bitter Kas, pero como soy una niña a mí me confiere un aire de adultez. Me quedo en mi silla escuchando, casi agazapada. Qué formal la niña, se sorprenden los adultos. No, no soy formal, soy una espía, vengo a descubrir vuestros secretos, a esperar a que bajéis la guardia animados por el alcohol para adentrarme en vuestros pensamientos, para desentrañar quiénes sois, para robaros vuestra identidad y hacerme más fuerte con ella.
Escribo porque quiero conoceros.
Tengo sed
Abro un ojo con un cuchillo. Clase de ciencias. Rajo el ojo con un cúter y veo cómo el líquido acuoso se desparrama por toda la mesa del laboratorio. Voy a abrir la pupila, voy a encontrar el cristalino, voy a mirar a través de él para ver como ven las vacas.
Abro un corazón. Meto los dedos por una aurícula y los saco por un ventrículo. Estiro los dedos dentro de las válvulas, presiono las paredes, pongo a prueba la fuerza muscular de un corazón sometido a estrés, intento encontrar el punto de ruptura, su límite elástico antes de romperse. Ahora ya sé qué aspecto tiene un corazón roto.
Diez años después. Otro laboratorio. Monto un circuito luminoso que funciona como un dado. Puertas lógicas, seis leds y un interruptor bastan para elaborar un mecanismo azaroso. Siento que la aleatoriedad se ha instalado en mi vida y ese primer circuito que construyo hace de metáfora perfecta.
Descubro que hay 403 granos de luz por cada centímetro cúbico de universo.
Escribo porque quiero conocer todos los secretos que guarda el mundo.
No sé cantar
Escucho a Alaska y a Loquillo, los discos de mis hermanos. Empiezo a imaginarme volando a LA, dejando un día esta ciudad, cruzando el mar en compañía. Aprendo que el futuro es una ilusión, que el rock’n roll puede conquistarte y cambiarte los planes.
Escucho a Los Planetas, escucho a Los Piratas. Soy adolescente y me desborda mi vida interior. Cuánto por descubrir en mi cabeza. Es tan vasto que da casi pereza, casi pienso que no tengo fuerzas. Mi coco me dice que hoy mi vida entera pasará ante mis ojos y pediré perdón. Me repiten una y otra vez que tengo que ser yo misma, pero para ser yo misma, ¿cómo tengo que ser? ¿Tengo que usar las manos o puedo usar los pies? Nada siempre es toda la verdad, nada significa nada.
What the hell am I doing here? I don’t belong here. La niña que espiaba a los adultos ahora quiere jugar con los niños. De pequeña me enseñaron a querer ser mayor, de mayor voy a aprender a ser pequeña.
Si apenas tenemos un instante, un momento
añade a la vida un poco de juego.
Merece la pena el intento, y los regalos hay que agradecerlos,
y ahora despierta de este largo letargo, y echa un trago de este remedio,
que cuando menos lo esperes,
se acabó tu tiempo,
añade a la vida un poco de juego.
Pasan los años. No soy ingeniera, no soy escritora, pero soy ingeniera y soy escritora. Parece ser que fracasé, mi rostro hoy no apareció por televisión. Da igual, yo, como buen(a) occidental, sé nadar igual que un pez, un pez en un mar de mediocridad. Y tengo un ambicioso plan, consiste en sobrevivir. Y es que, al fin y al cabo…
Todo cae tarde o temprano,
aunque por un breve lapso de tiempo
el suelo parezca infinitamente lejano.
Todo cae
Todo caerá y sin embargo
Flota
Mientras tanto esta nota
En algún pentagrama
Leve
Y al compás de ese breve sonido un planeta
Gira
Y una planta respira y el aire caliente
Sube
Escribo porque quiero jugar.