Tengo una hija y, como supongo cualquier madre, hay determinadas lecciones que no quiero que se pierda. Supongo que una selecciona, de entre la inmensidad de cosas por aprender, aquellas que considera imprescindibles para formar a un buen ser humano, y esas las repite sin cesar. No soy una madre muy insistente; al contrario, me gusta darle cancha, toda la que puedo. Sé que muchos me juzgan negligente, porque mi hija puede aparecer en el parque en tirantes en pleno febrero o ir al colegio con pinta de Punky Brewster, pero yo soy permisiva por convicción, no por dejadez. A pesar de mi convencida posición entre los progenitores con manga ancha, tengo también mis líneas rojas. Una no sabe dónde va a dibujar las líneas rojas hasta que se ve en la situación. Aprendemos a colocar nuestras líneas sobre la marcha.
Cuando mi hija nació, me di cuenta de que era muy importante para mí que fuera bien vestida. Esto me sorprendió. Nunca me había imaginado como una madre preocupada por el aspecto que tienen sus hijos. Sin embargo, así fue. Mientras mi hija fue bebé, siempre iba vestida de forma impecable. Luego creció. Entonces tuve que decidir dónde iba a centrar mis mayores esfuerzos: en su aspecto pulido o en que aprendiera a ser libre y tomara sus propias decisiones. Opté por lo segundo. Ahora mi hija viste de forma desaliñada algunas veces, informal las más, pero ella decide sobre su aspecto, sobre su vida, tiene autonomía, y se da cuenta, y me lo agradece. Muchas veces me ha dicho que siente que tiene mucha suerte porque yo le dejo ser como ella quiere. Pues sí, amor, puedes ser como tú quieras, como tú elijas, y yo estaré siempre de tu lado.
Hace una semana, le mandaron en el cole una tarea para realizar en casa. Mi hija esperó hasta el último día para realizarla. Yo no estaba en casa, la hizo con su padre. Cuando volví del trabajo, me contaron que se había pasado la tarde remoloneando, quejándose de que tenía que hacer la tarea y terminó haciéndola de mala gana y a medias. Entonces me di cuenta de que ahí, para mí, había una línea roja. Y le di la charla. Le dije que era su responsabilidad hacer las tareas del colegio, que tenía que hacerlas lo mejor que pudiera, que tenía que empezar ya a construir los hábitos que la llevarían a ser una buena estudiante, que yo no concebía que fuera de otra forma. Se puso a llorar. Me di cuenta, también, de la importancia de elegir pocas líneas rojas. Son tan pocas las veces que me he puesto realmente seria para decirle que algo no me parecía aceptable, que cuando lo hago, tiene un alto impacto en ella.
Yo siempre he sido buena estudiante. El otro día descubrí que es importante para mí que mi hija también lo sea. Candela va a cumplir siete años en junio, yo cumpliré treinta y nueve en un par de semanas. Hasta ahora hemos aprendido que en esta familia que formamos queremos ser libres por encima de lucir hermosas; hemos aprendido que queremos cultivar el estudio y la reflexión. Cuántas cosas habrá que aún no hemos aprendido.