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Lo Que Soy

En el día de la mujer mundial

Me produce cierta vergüenza cuando oigo en las tertulias decir y repetir que el virus no entiende de clases ni de condición. Parece que de verdad se lo creen y parece, como en el caso de tantas otras mentiras propagandísticas, que quieren que nosotras nos lo creamos. El virus entiende de clases y se ceba con quien menos tiene, con quienes tienen peor acceso a los sistemas de salud, con aquellos que viven en viviendas más precarias, con los que no tienen la suerte de poder teletrabajar y tienen que subirse a un metro o un autobús atestado cada mañana.  Sabemos, también, que quienes más sufren la pobreza en este país son las mujeres. Sabemos también, que los trabajos más precarios los desempeñan mujeres. Y sabemos también, que cuando la carga en casa se vuelve doble porque estamos todo el día encerrados con lo niños, quienes absorben la carga extra de trabajo somos nosotras. Este año, pues, ha sido nefasto para las mujeres, y no nos podemos cansar de repetirlo y de hacer que nos oigan.

En mi caso perdí mis ingresos con la llegada de la pandemia y eso me dejó en una situación de indefensión que creo que nunca había sentido. Me sentí, por primera vez en mi vida, a merced de las circunstancias, inmóvil, incapaz de actuar, incapaz de tomar las riendas. Y es que no había riendas que tomar, solo quedaba esperar a que pasara el temporal y que las aguas volvieran a calmarse. La espera ha sido larga y en el camino he visto cómo mi salud mental se deterioraba. Me he sentido deprimida, desconectada de la realidad y, por supuesto, de mí misma. Si cuento esto no es porque tenga muchas ganas de recordar el terrorífico 2020, sino porque creo que mi voz es la de muchas mujeres que han pasado por procesos muy similares durante este año. Tenemos que contarlo.

Como soy un poco ingenua, a pesar de haber despertado a la realidad feminista hace ya bastantes años, aún me queda mucho camino por recorrer, y me topé de bruces, para mi sorpresa, con un sistema capaz de maltratarnos aún más de lo que yo creía. Nunca había sido tan consciente de la brutalidad del capitalismo, ni siquiera durante la anterior crisis económica. Nunca antes había visto con tanta claridad cómo se nos explota —a todos, pero de nuevo, en especial, a las mujeres—, cómo tenemos que realizar trabajos precarios y mal pagados para tener la ilusión de que es posible conciliar nuestra vida laboral con la maternidad, y cómo, cuando el sistema se queda con poco que ofrecer, pone en marcha la centrifugadora y las primeras que salimos expulsadas del juego somos nosotras, las que vivimos en precario, las que no nos acordamos ya de qué es eso de tener derechos laborales.

Asumimos —por lo menos yo lo tengo bastante asumido—, que nunca tendremos una pensión digna, que nunca disfrutaremos de vacaciones pagadas, que nunca podremos ir al dentista dos veces al año. Asumimos que si no tuviésemos la suerte de tener un compañero, seríamos pobres, porque un sueldo precario no da para vivir dignamente y criar una hija.

Yo asumo todo esto y asumo más. Pero lo que no asumo, lo que no estoy dispuesta a asumir bajo ningún concepto y la razón por la que sé que debo alzar la voz cada día, y cada 8 de marzo, es que mi hija vaya a tener que vivir en un mundo plagado de trampas como el que me he encontrado yo.

Cuando crecí, en los noventa, nos hicieron creer que éramos iguales a ellos. Nos mintieron. Algunas nos dimos cuenta al terminar la universidad e ingresar en el mundo laboral, otras nos dimos cuenta al llegar a la maternidad, pero todas caímos del guindo: ser mujer es mucho más difícil que ser hombre.

Yo quiero que mi hija crezca siendo consciente de su condición de mujer, de su inmensa capacidad creadora, de su fuerza física (poder que a tantas nos arrebataron de niñas), de su poder intelectual. Pero también quiero que sepa que por ser mujer, tendrá que sortear un montón de trampas, que ha de estar atenta.

Quiero que mi hija, que nuestras hijas, entiendan que ser mujer es un regalo y un desafío.

Quiero que mi hija, que nuestras hijas, no tengan que asumir que el mundo es injusto con ellas y que no hay nada que hacer. Porque el mundo es nuestro, y de nosotras depende cambiarlo.