Suena Amy. Hoy me he despertado con muchas ganas de escuchar a Amy.
Five story fire as it came.
La escucho y me acuerdo de cuando empecé a escucharla. Me acuerdo de mi historia y me acuerdo de la suya. Tengo que mirar qué año era cuando escuché y vi por primera vez a Amy, cantando Rehab en la MTV. Corría el 2006. Qué lejos queda. Me enamoré al instante de ella. Yo crecí escuchando a las divas. Supongo que ya de pequeña me maravillaba ver y escuchar a mujeres poderosas. Cuando crecí descubrí a las grandes, a Ella, a Sarah, a Billie, a Nina. Y ahora ahí estaba ella, reinventándolo todo.
Oh, what a mess we made.
Pronto la obra maestra que había compuesto pasó a segundo lugar. La prensa sensacionalista la convirtió en el objeto de mofa número uno. Todos los días aparecían en los programas de humor noticias sobre ella, imitadores, chistes grotescos. Era casi imposible no enterarse cada día de su última juerga en un pub londinense cualquiera; de su última pelea; de su última agresión a un papparazzi.
Una tarde, mientras veía el Sé lo que hicisteis, escuché cómo hacían bromas sobre lo mal que debía oler su vibrador porque ella era una guarra que no se duchaba mucho. Esa fue la gota que colmó el vaso. El mío. Me di cuenta, con una claridad que no recuerdo haber ni siguiera intuido antes de ese momento, de que eso nunca se lo harían a un hombre, de que el escarnio formaba parte del peaje que Amy tenia que pagar por ser mujer, por vestirse como le daba la gana, por maquillarse como le daba la gana y, por encima de todo, por tener demasiado talento.
Self-professed, profound. ‘Til the chips were down.
En los noventa, mientras asistíamos a los últimos coletazos de la escena rock, las borracheras, los excesos con las drogas y las peleas de las estrellas del momento también poblaban la prensa, pero siempre desde la simpatía, desde la condescendencia, siempre desde el Boys would be boys, you know? La crítica hacia Amy, por el contrario, fue despiadada y desmedida. La llamaban fea, gorda, sucia.
And now the final frame. Love is a losing game.
Amy escribía sobre sexo, sobre drogas, sobre no ser tomada en serio, pero sobre todo, vivía presa de los convencionalismos que le decían cómo debía ser y no era. Amy estaba enfadada. Sus letras reflejan una profunda melancolía y una estúpida fe en el poder redentor del amor romántico. La espiral en la que entró —a la que empujaron— la llevó a la adicción extrema y a una bulimia rampante que finalmente la mató hace ya casi diez años.
Just me, my dignity and this guitar key.
Desde entonces hemos visto surgir el #MeToo, las marchas masivas de mujeres en todo el mundo, la denuncia constante y persistente de todas las injusticias a las que nos enfrentamos. No puedo evitar pensar que si hubiera aguantado un poco más, Amy se hubiera librado de muchas cadenas de la mano de todas y ahora disfrutaríamos aún de su inmenso talento. Pero eso ya nunca ocurrirá. Aunque siempre tendremos las obras maestras que compuso.
Hoy me pongo melancólica y le doy gracias a Amy porque recuerdo agradecida que mi despertar feminista se lo debo en parte a ella.
Put it in writing. But who you writing for.